Con la llegada de las altas temperaturas nuestras queridas plantas empiezan a padecer los efectos del calor: hojas amarillas, ramas secas, flores quemadas, etc. Además de la exposición al sol, que pocas especies aguantan en verano salvo las autóctonas, el riego es un factor esencial para mantener viva la belleza natural de nuestro jardín o de las plantas de interior. De hecho, en la mayoría de ocasiones, el temor a que nuestros ejemplares se queden secos hace que los reguemos más de la cuenta, lo que provoca daños irreparables.
Si tenemos la suerte de tener un jardín, hay que evitar los encharcamientos. Empapamos la tierra, pero sin dejar grandes charcos. Los macizos de flores hay que regarlos a diario, siempre y cuando se mantenga la floración. En el caso de los huertos, evitaremos que el agua entre en contacto con el follaje y los frutos. Para los interiores, hay que asegurarse de que la tierra no se queda completamente seca. De este modo, la planta te irá diciendo cuál es la regularidad necesaria. No olvidemos que el calor seca muchísimo el ambiente. Si la temperatura del hogar supera los 25 ºC, habrá que pulverizar con agua el follaje de las plantas para humedecerlas. Una solución permanente es recurrir a los humidificadores.
Todo buen amante de la jardinería sabe que el mejor momento para regar el jardín o las macetas es al atardecer o al amanecer. Suministrar agua a pleno sol es malgastar los recursos: con el calor se evapora y las plantas no reciben el sustento que necesitan. Además, en la pradera de césped y en las hojas y flores de las plantas, las gotitas de agua pueden funcionar como una lupa y quemar el forraje sobrante.
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